El pesar de un futbolista anónimo

Él observaba con cierta nostalgia en la televisión que Leo Messi superó aquel 2012 al gran Pelé en número de goles anotados en un año. No podía evitar sentir lo que los portugueses llaman la «saudade» mientras leía que estuvo ese récord sin batir mucho tiempo. Lo cierto es que a lo largo de su carrera él marcó muchos más goles que estos dos astros juntos pero nunca dejó de ser un futbolista anónimo.

Nació una calurosa tarde de verano en el seno de una familia de carpinteros, pero él no siguió la tradición familiar. No le gustaba esa vida. Desde que tuvo uso de razón se dedicó por completo a darle patadas a un balón. Para él el fútbol no era una afición, era una forma de ser, una pasión.

Como era el mejor de todos los jugadores con los que se había enfrentado, decidió dedicarse al fútbol por completo. Todas las semanas disputaba varios partidos. A veces casi sin poder descansar, pero no le importaba porque además de ser su trabajo, le hacía sentirse útil en una sociedad que le miraba con desdén.

Con veinte años era ya el delantero titular, la estrella del equipo. Marcaba goles de todos los colores. Cualquier balón que le llegaba a los pies acababa en la portería contraria sin que los defensas rivales pudieran evitarlo. Siempre a un toque, o como mucho a dos. Él era lo que se llama en la profesión un hombre de área, sin grandes alardes ni cualidades técnicas, pero siempre estaba al acecho en el sitio y momento adecuado. En el mismo sitio, frente al portero contrario. Cara a cara.

Él era feliz porque veía gozar con su juego a todos los aficionados. Unos gritaban, otros se lamentaban, pero la mayoría celebraba con efusividad su efectividad de cara al marco contrario. No conocía su techo goleador. De hecho, terminaba partidos con cinco, seis o siete tantos. Pero no los contó nunca, porque para él los números y las estadísticas no tenían significado alguno.

Por desgracia un día sintió romperse durante un partido. A falta de pocos minutos para el final trató de rematar un centro y escuchó que su cuerpo no respondía, que se quebraba. Le sustituyeron por otro delantero, cambiaron pieza por pieza. A pesar de ser el jugador franquicia fue relegado al ostracismo más absoluto. No volvió a disputar un solo minuto más. Se sintió abandonado en un cajón como un juguete roto.

Aunque muchos cantaron y celebraron sus goles, muy pocos son los que le conocieron de verdad. No llegó a ser famoso pero siempre podrá decir que fue la pieza más laureada que ha dado nunca el futbolín.

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Los escritores protagonistas del cine

Miro en la cartelera y me llama la atención una cosa en particular. No es otra que la cantidad de películas que se estrenan del subgénero de escritores, es decir, cintas cuyo protagonista es escritor y la historia se desarrolla en torno a esa profesión.

Si nos decidimos a ir al cine uno de estos días nos podemos encontrar con cuatro películas cuyo leitmotiv gira alrededor de un escritor, por lo habitual, en problemas.

Los estadounidenses Brian Krugman y Lee Sternthal dirigen El ladrón de palabras, un interesante drama que narra la historia de un escritor (Bradley Cooper) que consigue un gran éxito y reconocimiento público gracias a un manuscrito que se encuentra y que hace suyo. En realidad, el autor de ese manuscrito es un anciano que estuvo destinado en París durante la Segunda Guerra Mundial.

La acción parte de una historia real, según cuentan los directores. Decidieron hacer el film tras conocer que el propio Ernest Hemingway dejó olvidados durante uno de sus viajes unos escritos en un vagón de tren.

De forma simultánea nos encontramos en muchos cines con dos películas que están protagonizadas por el mismo actor, Paul Dano. En Ruby Sparks, segunda comedia de los directores de Pequeña Miss Sunshine, el estadounidense representa a Calvin, un joven escritor que se enamora de uno de los personajes de su nueva novela. La chica (Zoe Kazan) se materializa y vive un romance con su creador.

Mientras, en el drama familiar Being Flynn, Paul Dano interpreta a un joven escritor que trabaja como voluntario en un albergue. Un día recibe una llamada de su problemático padre (Robert de Niro), de quien no sabía nada desde hacía muchos años.

En Sinister Ethan Hawke encarna a un periodista que investiga asesinatos para posteriormente plasmarlos en un libro. Cuando llega junto a su familia a una casa donde se produjo un terrible asesinato, encuentra una cinta que desvela detalles del suceso.

Esta temática no es algo nuevo, no es una moda pasajera. A lo largo de la historia del cine hemos podido disfrutar de grandes películas que también tenían como protagonista a un escritor.

¿Quién no ha visto El resplandor? La obra dirigida por Stanley Kubrick nos traslada al hotel Overlook, en Colorado, donde además de trabajar como encargado del mantenimiento de las instalaciones durante el invierno, Jack Torrance (Jack Nicholson) busca cierta tranquilidad para terminar de escribir su novela. Lo que sigue después casi todos lo conocemos y si no es así, lo mejor es verla.

En el año 2010 el cineasta Roman Polanski estrenaba El escritor, un thriller político sobre un escritor (Ewan McGregor) al que le encargan las memorias del antiguo primer ministro británico Adam Lang (Pierce Brosnan). A su llegaba a la isla donde vive el ex dirigente éste se verá envuelto en un escándalo por la detención ilegal de unos presuntos terroristas.

Más reciente es Midnight in Paris. La película de Woody Allen está protagonizada por un muy convincente Owen Wilson que interpreta a un joven escritor norteamericano que llega a París con su prometida y con los padres de ésta. Extrañamente, cuando cae la medianoche en la capital francesa, el personaje principal se ve transportado a una época pasada.

Estos son unos cuantos ejemplos pero hay muchos más. Es seguro que mientras siga existiendo el cine seguirán apareciendo nuevas películas basadas en la literatura y en la vida de los escritores. Ese binomio nunca desparecerá, es el cine en sí mismo.

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La voz del desgarro, la voz del silencio

Con esta breve pero intensa dedicatoria, «A los que se vieron obligados a guardar silencio«, la autora de la novela, Dulce Chacón, nos anima a descubrir las historias de aquellos que no pudieron hablar durante muchos años.

“La voz dormida” es una novela histórica ambientada en la Guerra Civil española que pretende exponer los duros momentos que vivieron muchos ciudadanos tras finalizar esa guerra.

El libro enarbola el valor de muchas mujeres de esa época que lucharon por su dignidad y la de sus familiares. En representación de todas, la autora narra las historias de Hortensia, Reme, Tomasa y Elvira. Encarceladas en la prisión de las Ventas, este grupo de mujeres verán como pasa el tiempo sin contar con ellas; sin culpa alguna, se verán relegadas al olvido, al sufrimiento y en muchos casos, a la muerte.

En la primera parte del libro, la autora nos desvela la personalidad de cada una de esas mujeres, sus ideales, sus historias, su lucha personal. En esas páginas, Chacón nos descubre la dureza de la cárcel, el día a día de las palabras pronunciadas en voz baja y las mil y una formas de transmitir información a escondidas, en silencio, casi sin tinta.

Cuando ya la autora nos ha situado, nos presenta a Pepita, la hermana pequeña de Hortensia que deja su Córdoba natal para instalarse en Madrid y estar así más cerca de ella. A pesar de su juventud, la dureza del momento le hace madurar y comportarse como otra de esas grandes mujeres. Pepita es el hilo que hilvana las historias de la cárcel con las del exterior y que tendrán como protagonistas principales a Paulino y Felipe.

La última parte del libro se centra en la vida de Pepita y su sobrina y la historia de amor entre la primera y Paulino.

Aunque la novela fue publicada en el año 2002, la película basada en ella y dirigida por Benito Zambrano (2011) ha hecho que “La voz dormida” vuelva a colocarse en los estantes destacados de muchas librerías de nuestro país.


Escrito por Elisabet Jiménez

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Aquella sociedad sin pensamiento

Es habitual escuchar, cuando hablamos de novelas, que tal obra es distópica. Pero empecemos por el principio, ¿qué es una distopía? Es un concepto que nace como contraposición al de «utopía», el cuál describe una sociedad ideal y perfecta que no existe. Por lo tanto, la distopía describe una sociedad negativa caracterizada por la manipulación y falta de libertad de los miembros que la integran.

No es necesario rebuscar mucho para encontrar ejemplos de novelas distópicas. Fahrenheit 451, del apocalíptico Ray Bradbury, es uno de ellos. El título de la obra hace referencia a los grados fahrenheit (no confundir con el grado Celsius o centígrado que es el que se utiliza en España) necesarios para que se inflame y arda el papel. El autor ya nos da una pista de lo que sucede en la historia a lo largo de las páginas.

El escritor estadounidense imaginó en 1953 un futuro incierto no muy lejano, donde los bomberos no trabajan para sofocar incendios, sino para provocarlos. El protagonista Guy Montag pertenece a una de las brigadas encargadas de detectar la existencia de libros para su posterior destrucción. Su vida cambia cuando un día conoce a la joven Clarisse. Su tranquila existencia empieza a tambalearse.

La obsesión del Gobierno por destruir cualquier tipo de material escrito tiene como único fin evitar que las personas lean, porque al leer esas personas piensan y si piensan, se corre el riesgo de que empiecen a cuestionar los diferentes estamentos del poder.

Nos encontramos inmersos en un mundo totalitario en el que los libros están prohibidos y pensar es un crimen. Sin pensamiento los miembros de la sociedad se convierten en seres ignorantes cuya máxima aspiración es ver la televisión, hablar con familiares sobre temas triviales y conducir por la ciudad a gran velocidad. Aquel que no acepte esa vida será eliminado.

Fahrenheit 451 se encuentra cargada de simbología. Además de la quema de libros, que representa la censura, Bradbury quiso enfatizar el peligro que conlleva el uso de los medios técnicos de comunicación. Su excesivo consumo (la mujer de Montag parece obsesionada con la televisión) no solo puede llegar a destruir el interés por la literatura, sino que a través de ellos se puede ofrecer informaciones sesgadas, parciales y fuera de contexto.

Estamos en un momento de incertidumbre. No sabemos si ese futuro que Ray Bradbury inventó pueda convertirse en realidad. Hasta que llegue ese momento, no nos queda otra que seguir leyendo. No paremos nunca de leer porque leyendo pensamos.

Libros relacionados

Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932)

1984 (George Orwell, 1949)

Mercaderes del espacio (Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth, 1953)

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Philip K. Dick, 1968)

The children of men (P. D. James, 1992)

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El partido contra Italia

Tengo que confesaros que soy muy malo recordando hechos pasados, pero aquella fecha y aquel lugar nunca se borraron de mi memoria. Estadio Foxboro de Boston. 9 de julio de 1994. Quédense con estos datos porque la historia de un país cambió en ese momento.

España se había clasificado para los cuartos de final del Mundial de Estados Unidos jugando bien y sin demasiados apuros. Comenzó la fase de grupos con un empate a dos ante la desconocida Corea del Sur. A falta de cinco minutos para el final del encuentro, el combinado nacional ganaba 2-0, pero los nervios propios del primer partido y el cansancio hicieron que los coreanos consiguieran igualar el resultado.

En el segundo partido esperaba la favorita del grupo, Alemania. Goicoetxea conseguía adelantar a los nuestros en el minuto 14 gracias a un centro-chut que se colaba dentro de la portería sin que pudiera hacer nada el guardameta germano Bodo Illgner, pero un gol de Jurgen Klinsmann ponía el 1-1 definitivo.

Ante la Bolivia dirigida por el español Xabier Azkargorta, España tenía que ganar para asegurarse la clasificación para octavos y lo hizo con solvencia. El 3-1 final da fe de ello.

El primer rival en los cruces era Suiza. Venía de ser segunda en el grupo A gracias a su empate ante los anfitriones y su abultada victoria por 1-4 ante la Rumanía liderada por el gran Gica Hagi. El partido ante los helvéticos fue más fácil de lo que a priori se pensaba. Al cuarto de hora la selección ya dominaba en el marcador con un gol de Fernando Hierro. Un tanto de Luis Enrique mediado el segundo tiempo y otro de penalti de Andoni Goicoetxea a falta de cuatro minutos para el final certificaban el triunfo español por 3-0.

Así llegó el ansiado día. Recuerdo que aquella mañana hacía mucho calor. Podrían rondar los 30º, pero la sensación térmica era mayor. No era precisamente la temperatura ideal para jugar al fútbol y, mucho menos, para luchar contra la todopoderosa Italia por un puesto en la semifinales. Era el momento. Por fin tenía que haber «vendetta».

Eran las 12:00 de la mañana (hora local) de 9 de julio de 1994. 53.400 almas abarrotaban las gradas del Foxboro Stadium de Boston. 40 millones de españoles ansiaban frente a sus televisores el comienzo del encuentro.

España era la encargada de realizar el saque inicial. Tres minutos después, Abelardo era amonestado con tarjeta amarilla por una dura entrada a Roberto Baggio. Empezamos mal.

Aunque dominaba la posesión del balón, la selección no se encontraba cómoda con el juego de los italianos, demasiadas interrupciones. En el minuto 25, Dino Baggio rompía el empate inicial con un zapatazo al borde del área que sorprendía a «Zubi». Llegaban los problemas para los españoles. Empezaba a repetirse la historia. Muy pocos equipos habían remontado un resultado adverso a los italianos en una eliminatoria mundialista. Se llegaba al descanso con un gol de desventaja.

En la segunda parte, los españoles comenzaron a desplegar su fútbol, ese que habían demostrado en anteriores partidos. Aumentaron la intensidad, lo que propició el tanto de Caminero en el 58′. Un gran gol que ponía las tablas en el marcador. Quedaba mucho tiempo por delante. España se veía superior, pero Italia siempre es Italia.

Llegó una jugada clave. Corría el minuto 83 de partido cuando un pase de Miguel Ángel Nadal a la espalda de la defensa rival deja a Julio Salinas solo ante el portero. El delantero vasco aguantó la salida de Pagliuca, esperó lo que pareció una eternidad a todos los que estábamos frente al televisor y chuto abajo. El guardameta le adivinó las intenciones y sacó aquel remate con el pie izquierdo. Era inexplicable aquel fallo. España perdía una ocasión de oro.

A falta de tres minutos para el final, el genial Roberto Baggio recogió un pase de su compañero Signori, dribló a Zubizarreta y disparó a puerta. Los italianos ya celebraban el gol. Iba a marcar, pero en el último momento apareció «El pitu» Abelardo para despejar «in extremis» aquel balón que se colaba dentro de la portería. Enmudeció el estadio. Un centímetro menos y la gloria se hubiera convertido en fracaso. La suerte estaba con España.

Con la prórroga a la vista, llegó la jugada del partido y quizá del mundial. Goicoetxea centró desde la derecha y cuando Luis Enrique se disponía a rematar Mauro Tassotti le golpea en la cara y le fractura la nariz. El árbitro húngaro pitó penalti. Era complicado de señalar por las circunstancias, pero al bueno de Sandor Puhl no le tembló la mano, o mejor dicho, el silbato.

Con toda la emoción del momento ya no recuerdo bien quién marcó ese penalti, ni me importa. Lo importante es que España estaba en semifinales y que le esperaba Bulgaria, un equipo que había hecho un buen papel en el mundial, pero que era inferior a la selección.

El rival en la gran final fue la Brasil de Romario, Bebeto, Dunga, Taffarel, Mauro Silva y Mazinho. Un equipo temible al que se le podía ganar si se disputaba todo el encuentro al 101% y se tenía además un poco fortuna.

España saldría campeona de aquel torneo. Miles de personas salieron a las calles a festejar un triunfo anhelado desde hacía mucho tiempo. Años atrás, el país había sufrido una fuerte crisis económica y necesitaba una alegría colectiva. Aquella selección pasaría a la historia de España por ser la primera y única en ganar el mundial de fútbol. Los Zubizarreta, Hierro, Nadal, Abelardo, Ferrer, Sergi, Alkorta, Caminero, Bakero, Goicoetxea, Luis Enrique y Julio Salinas serían recordados a lo largo de los años por ser los integrantes de la mejor selección española de todos los tiempos. Su estilo de juego sería elevado a los altares del fútbol. Todos los clubes querrían jugar como la España del 94.

Pero si hubo una persona en la que se centraron todos los halagos y alabanzas esa fue Javier Clemente. Ese mismo año sería nombrado marqués de Clemente por el Rey. Durante las temporadas siguientes le lloverían grandes ofertas y entrenaría a los mejores clubes del viejo continente cosechando numerosos títulos. Instauraría un modelo de juego en toda Europa. Acapararía todas las portadas de los grandes diarios deportivos del país. Las televisión emitirían continuamente imágenes suyas hasta la saciedad. Ya sin él en el banquillo, la selección española no volvería a ganar ningún gran torneo. Fracaso tras fracaso.

Hasta el día de hoy no he vuelto a ver como campeona a mi selección. Sigo pensando qué hubiera pasado si Roberto Baggio hubiera metido aquel gol y el árbitro húngaro no hubiera señalado el penalti. Aquel partido ante Italia cambió la historia. Creo que el fútbol, como la vida, es azar. Puro azar.

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Del amor al odio

Para que una novela sea considerada una gran novela no es necesario que ésta sea por su peso más apta para hacer ejercicio físico que para ser leída o que se incluya dentro de una saga sobre mundos imaginarios donde todos se enamoran (por cierto, muy de actualidad). Al contrario, hay un dicho que he escuchado en muchas ocasiones y que lo resume perfectamente: los grandes perfumes se guardan en frascos pequeños.  Un claro ejemplo de esto es El túnel, de Ernesto Sabato. El escritor argentino consigue en apenas 150 páginas crear de forma magistral uno de los grandes clásicos de la literatura que nadie debería dejar de disfrutar alguna vez en la vida.

Con una escritura fluida y ágil Ernesto Sabato radiografía el mundo interior de Juan Pablo Castel, un reputado pintor con tendencia al pesimismo que vive atormentado y obsesionado por una mujer. Durante la inauguración de una de sus exposiciones el artista se enamora de María Iribarne por un ínfimo detalle: centra su atención en un cuadro que pasa desapercibido para el resto. A partir de ese momento no parará hasta conseguir el amor de la única persona que le ha comprendido.

En El túnel descubrimos que la complejidad del ser humano, protagonizada por el habitual negativismo, la ira y la obsesión por analizar de forma minuciosa todo lo que sucede, crea en éste un estado de ansiedad que no deja vivir en armonía y, sobre todo, feliz.

El inicio recuerda a otra gran obra sudamericana. «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona». Es fácil que esta frase evoque al comienzo de Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez.

El gran Sabato nos revela una vez más un axioma que hemos escuchado en infinidad de ocasiones: del amor al odio hay un paso. No por ser repetida muchas veces pierde su valor. Esperemos que ninguno de nosotros tenga que dar ese último paso.

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Violencia versus violencia

Pequeños drugos, resulta difícil escribir a estas alturas algo novedoso sobre La naranja mecánica. Tan solo hace falta hacer un clic en algún motor de búsqueda de internet para que aparezcan en pantalla innumerables páginas que hablan sobre ella. Aunque pensándolo bien, ¡oh hermanos míos! también es cierto que muchos de vosotros la conocéis a través de la película de Stanley Kubrick, pero no habéis tenido la ocasión o las ganas de leer la versión escrita.

La naranja mecánica supone una ruptura de la conciencia colectiva e invita a reflexionar sobre la libertad que tiene el ser humano para decidir entre el bien y el mal. El escritor británico Anthony Burgess critica la realidad violenta de una sociedad falta de ética y moral a través de Álex, un joven que junto a tres amigos, o drugos, disfruta con la crueldad y la destrucción. Tras violar a una mujer de un famoso escritor, nuestro protagonista es detenido y llevado a un centro de rehabilitación. Allí será partícipe de un novedoso método de reinserción social.

Los primeros capítulos se leen con dificultad por el tipo de lenguaje que utilizan los protagonistas. No os preocupéis mis estimados chelovecos porque para facilitar la lectura de la historia el libro contiene un diccionario que, poco a poco, iréis utilizando con menor frecuencia, ya lo veréis. La jerga utilizada por Álex y sus secuaces es el nadsat, una versión rusificada del inglés que fue concebida, según su autor, para amortiguar la cruda respuesta que se espera de la pornografía.

La novela de Burgess siempre ha estado acompañada de cierta polémica. Al margen del argumento, tachado de fomentar la violencia, su publicación en Estados Unidos conllevó una fuerte crítica por parte del autor, que acusó a sus editores en Nueva York de sacarla a la venta eliminando el último capítulo, y por tanto, modificando de manera sustancial el final de la historia. Posteriormente, se decidió publicarla en el resto del mundo incluyendo ese capítulo 21. Así que hay dos versiones, la estadounidense y la mundial. El público es el que decide cuál es la mejor. Yo, por ahora, me reservo mi opinión.

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Vecinos conocidos y desconocidos

¡Quién iba decirle a José Saramago que varios años después de su muerte, miles de personas iban a disfrutar de la lectura de Claraboya!
Al igual que muchos escritores, el portugués Saramago tuvo que sufrir el rechazo de varias editoriales a la hora de intentar publicar sus primeras obras.
Claraboya es un ejemplo del esfuerzo e ilusión que un joven escritor deposita en su primer trabajo. También Claraboya contiene el germen que impregnará sus posteriores obras como Ensayo de la ceguera, Ensayo de lucidez o Caín, por citar algunas.
Claraboya es una historia sencilla con personajes tan bien definidos por el autor, que parece que conocemos de toda la vida. Es una novela de gran frescura que penetra en nuestra sensibilidad y nos hace sentir más de cerca sus vivencias.
Contextualizar esta obra es imprescindible para poder entender el sentir de los personajes. Lisboa, años 50, plena dictadura Salazar.
El miedo, las necesidades y la nostalgia por un mundo mejor son los sentimientos más palpables en el día a día de los personajes de esta comunidad de vecinos.
Saramago explica de forma sencilla y cercana que los valores de la época pueden llegar a romperse, por ejemplo la familia ya no debería ser sinónimo de hogar o unión o que el amor podía darse entre personas del mismo. Engaño, falta de ética y malos tratos son otros de los temas que se abordan en esta novela.
Cuatro pinceladas
La frase: La vida sin amor no es nada, es un estercolero, es una ciénaga.
El personaje: Lidia, que es conocida como la mantenida del edificio. Tiene 32 años, es atractiva, seductora, sensual. Paulino Morais, su amante, un hombre mayor que ella y quien carga con todos los gastos de la casa, la visita tres veces por semana.

El momento: La noche de pasión de Caetano y Justina deja entrever las posturas tan diferentes de entender el amor en pareja de aquella época en donde la mujer nada tenía que decir, sólo obedecer órdenes del marido. En esta situación Justina se plantea elegir entre el placer o el dominio.

La anécdota: En 1989, la editorial a la que presentó esta obra cambió de sede y entre las cajas de la mudanza apareció la novela. En ese momento propusieron a Saramago publicar el libro, pero él declinó la oferta. Consideró que el momento de ese libro ya había pasado. El silencio de la editorial durante tantos años tuvo como principal consecuencia que no escribiera su siguiente título hasta casi veinte años después.

Elisabet Jiménez

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La isla donde se pierde la inocencia

En alguna ocasión todos hemos fantaseado con perdernos en una isla desierta. Es cierto que pensamos en esa posibilidad como una situación idílica. Nos imaginamos disfrutando durante un tiempo una vida sin presiones laborales, estrés, prima de riesgo, rescate a Bankia… y con mucho tiempo libre para hacer lo que a uno le plazca. Pero no todo es lo que parece, no todo es tan perfecto.

A partir de esta premisa el escritor William Golding elaboró en 1954, con la II Guerra Mundial todavía en mente, uno de los grandes clásicos de la literatura británica que ha dado que mucho hablar, El señor de las moscas.
Es una novela distópica, recuerda en esencia a Un mundo feliz de Aldous Huxley, que relata las aventuras de un grupo de niños, de entre 6 y 12 años, que se ven obligados a sobrevivir sin adultos en una isla desierta tras sufrir un accidente aéreo. Ralph, elegido jefe por la amplia mayoría, dedica todos sus esfuerzos en mantener encendida una hoguera con el objetivo de ser rescatados, pero esa obsesión le llevará a ser rechazado por el grupo de cazadores, liderado por Jack Merridew.
Golding reflexiona sobre la lucha entre la razón (Ralph) y los instintos primarios (Jack). Vemos cómo la maldad y el abuso de poder predominan sobre el sentido común y el raciocinio. La sociedad cede ante la maldad del ser humano.
A pesar de que al principio resulta un poco monótono y con un ritmo demasiado lento, el relato llega a enganchar por su crudeza a la hora de contar los enfrentamientos entre los dos grupos. Asistimos a la pérdida de la inocencia de unos niños. Sin lugar a dudas, lo mejor, el final.
Cuatro pinceladas
La frase: Piggy era un pelma; su gordura, su asma y sus ideas prácticas resultaban aburridísimas, pero siempre producía cierto placer tomarle el pelo, aunque se hiciese sin querer.
El momento: El grupo de enloquecidos niños, liderado por un exultante Ralph, escenifica la captura de su primer jabalí con el aterrado Robert representando al animal.
El personaje: Piggy, que sufre constantemente los insultos y burlas del resto de niños por su aspecto físico, es el único capaz de pensar de forma coherente y racional.
La anécdota: La trama del capítulo de Los Simpson Das Bus está basada en la novela, así como la canción Lord of the flies, del grupo de heavy metal Iron Maiden.

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Los libros invaden el Retiro

Los amantes de la lectura están de celebración porque ha dado comienzo hoy la 71º edición de la Feria del libro de Madrid. Este evento es el más importante del sector a nivel nacional puesto que cuenta con un gran número de asistentes, libreros y actividades paralelas.

Este año el parque madrileño del Retiro acoge 356 casetas y 272 editores y tiene como país invitado a Italia. Durante 17 días, hasta el 10 de junio, los visitantes podrán disfrutar de conferencias, presentaciones de libros y firmas de escritores de actualidad.
Para los que nos gusta la literatura, esta cita tiene un carácter reseñable. Decidir qué día acudir y en qué momento, puede convertirse en un quebradero de cabeza. Quizá muchas personas no lo entiendan, pero es un gran momento el poder compartir o charlar brevemente con uno de nuestros autores preferidos.
Como ya sabréis uno de los míos es el barcelonés Eduardo Mendoza. Con él pude compartir el año pasado un instante entrañable lleno de nervios. Casualidades de la vida, su última novela, El enredo de la bolsa y la vida, se ha convertido en el libro más vendido en este momento.
Ojalá este evento perdure en el tiempo para los nostálgicos del libro en papel y resista los envites del cada vez más poderoso libro electrónico.
Yo ya tengo pensadas mis compras, entre ellas Los hijos de los días, del uruguayo Eduardo Galeano, que por cierto se presentó ayer en la Casa de América de la capital. ¿Cuál va  a ser vuestra próxima adquisición? ¡Tutti a leggere!

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